ALADINO Y LA LAMPARA MARAVILLOSA
Anónimo
Hace muchísimos años, vivía en el Lejano Oriente una mujer viuda con su único hijo, un muchacho muy bueno que se llamaba Aladino.
Un día se paseaba Aladino por el parque de la ciudad cuando un hombre se le acercó y le dijo:
- ¡Buenos días, Aladino! No te sorprenda que conozca tu nombre. Vengo desde muy lejos en busca del hijo de mi hermano, que murió hace algunos años y al verte me he quedado asombrado de tu parecido con él. Tú eres el hijo de Alí, el sastre, ¿verdad?
- Sí, señor – contestó intrigado Aladino.
- Pues bien, he viajado hasta aquí únicamente para conoceros a ti y a tu madre y con la intención de ayudaros en todo lo que esté en mi mano. Ven, he dejado todas mis cosas en casa de un amigo en las afueras de la ciudad. Acompáñame y las recogeremos.
Caminaron largo rato hasta llegar a una zona en la que ya no se veía ninguna casa. Aladino, que estaba muy sorprendido por todo lo que ocurría, se quedó completamente desconcertado al oír a aquel hombre decir:
- Ostra cost ausi ros niar. Cante labo casil biasiar.
De repente, con gran estruendo, se abrió una gran zanja en la tierra y el tío de Aladino dijo:
- Tú que eres joven y fuerte hazme un favor: baja a esa cueva que ahí ves. Dentro de ella hallarás una vieja lámpara de cobre, súbemela. ¡Ah! Y toma, a cambio de este favor que me vas a hacer, te regalo este anillo.
- Gracias, tío. Haré como dices – respondió Aladino cogiendo el maravilloso anillo que su tío le ofrecía.
Bajó Aladino a la cueva, recogió la lámpara y al intentar subir no halló la salida. Angustiado el muchacho gritaba:
- ¡Tío, por favor, ábreme! ¡Tío, escucha! ¡Se ha cerrado la entrada!
Pero el tío de Aladino, que era un mago muy malo, se había ido y ya no le oía.
- ¿Y qué voy a hacer yo ahora? ¿Quién me va a sacar de aquí? ¿Y quién será ese hombre? ¿Y por qué me regalaría este anillo? ¿Y esta vieja lámpara de quién será?
Al decir esto, Aladino tocó la lámpara sin querer y de repente toda la cueva se iluminó con una luz muy intensa. Un genio apareció ante él y le dijo:
- Soy el genio Dos Moradas, pues no me importa habitar en el anillo o en la lámpara, en los dos yo puedo estar. Pídeme lo que tú quieras, todo lo puedo lograr. Tus deseos son mis órdenes. Di, ¿qué puedes desear?
- Quiero ir a casa y llevar alguna de estas joyas que veo por aquí a mi madre, pues somos pobres – le contestó muy sorprendido el muchacho.
Al momento, se vio Aladino en su casa con las joyas en un bolsillo y la lámpara en el otro. En cuanto se tranquilizó, le contó a su madre todo lo sucedido. Ella le aconsejó que no fuera ambicioso y que no pidiera nada a la lámpara y al anillo, si no lo necesitaba, lo cual le pareció muy bien al muchacho.
Pasó el tiempo y, con motivo de las fiestas reales, hubo muchos desfiles y festejos por las calles de la ciudad. La hija del rey presidió algunos de ellos y Aladino cada vez que la veía se enamoraba más profundamente de ella. Un día…
- Madre, creo que ha llegado el momento de utilizar otra vez la lámpara maravillosa. Estoy enamorado de la princesa y al ser tan pobre es seguro que el rey no me aceptará.
Y tomó la lámpara y la frotó.
- ¿Qué deseas, mi señor? – le preguntó el genio en cuanto salió de la lámpara.
- Deseo trajes, joyas, carrozas y un hermoso palacio con servidores y rodeado de jardines, pues deseo casarme con la princesa. Todo por partida doble, pues quiero lo mismo también para mi madre.
No había acabado Aladino de decir esto, cuando se vio vestido lujosamente y rodeado de servidores en el interior de un palacio maravilloso. Los criados prepararon una carroza y muchos presentes y llevaron a Aladino al palacio real.
El cortejo fue enseguida recibido por el rey, quien al ver a tan rico pretendiente no dudó en concederle la mano de su hija, la princesa. Enseguida se casaron y fueron a vivir al palacio de Aladino, que estaba cercano al del rey.
Pero un día, un sirviente despistado vendió a un buhonero la maravillosa lámpara de su señor, sin saber que el buhonero era el mago malo que había encerrado a Aladino en la cueva.
- ¡Ja, ja, ja! Este criado tonto me ha vendido la lámpara y por medio de ella haré trasladar a la princesa, con el palacio y todo lo que en él hay, a un lugar lejano. Y cuando vuelva Aladino de la cacería, a donde ha ido, no encontrará nada. ¡Ja, ja, ja! ¡Qué malo soy! ¡Ja, ja, ja!
Y frotando la lámpara, pidió el mago al genio su deseo.
Al regresar de la cacería, Aladino no encontró a su esposa, ni su palacio y sí al rey que estaba tristísimo por la desaparición de su hija. Pero entonces, en su desesperación, recordó Aladino el anillo que brillaba en su dedo y frotándolo apareció el genio, que en un segundo obedeció a Aladino, quien le mandó que le devolviera a su mujer, cosa que sucedió al instante mientras le decía:
- Querido Aladino, mi buen señor, no sólo te devuelvo a tu mujer y a tu palacio y todo lo que contiene, sino la lámpara que el mago malo se llevó, pues no merece tenerla porque no la usa para hacer cosas buenas. Por eso quiero que tú la guardes siempre y que por medio de ella y del anillo practiques el bien.
Aladino no olvidó nunca las palabras del genio, quien tan bien se había portado con él. Y todavía se le recuerda en su país como el hombre más generoso y justo que nunca haya vivido allí.
FIN
Aladino y la Lámpara Maravillosa
Autores Varios o AnonimoHace muchísimos años, vivía en el Lejano Oriente una mujer viuda con su único hijo, un muchacho muy bueno que se llamaba Aladino.
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